Genial e hilarante parodia de @jmruizblas en RevistaGQ que guardo aqui para la posteridad :_)
7.00 AM. Despierto temprano, mientras el sol se filtra a través de las persianas, y empiezo a desperezarme en mi cama con dosel. Es una buena cama, sin duda, con travesaños hechos con madera de galeones españoles. Es una cama pensada para el descanso de un Hombre. Por desgracia, tuve que prescindir del poderoso canto del gallo (del tipo combatiente español, raza Gallus gallus) que me despertaba antaño, debido a las quejas de los vecinos, y optar por un despertador digital con snooze. Decadencia, en esto como en todo.
7.01 AM. Busco a tientas los escarpines, con cuidado de no tropezar con el orinal de loza inglesa. Compruebo que el trabuco sigue debajo de la almohada de plumón de ganso, pensada para las cervicales de un Hombre. Nada de guarradas viscoelásticas ni cojines ortopédicos. Tengo el cuello de un atlas. Cuello de Hombre.
7.05 AM. Ya en pie, me dirijo al galán de noche para elegir mi vestuario. En realidad, las opciones son pocas: verdes de caza y marrones cívicos, algunos grises. Los paños, adustos: panas, franelas, tweed y espiguillas. Me aseo con minuciosidad, vertiendo agua de la jofaina. A continuación, me afeito. Con bayoneta. En seco. Nada de after shave. Si acaso me refresco con una leve salmuera. “Esta piel está curtida por la metralla”, pienso mientras me miro al espejo.
7.30 AM. Hora del desayuno. Devoro lo que un tanto irónicamente llamo _breakfast _estilo Carlos V: caldo de capón con leche, morteruelo con muesli y varios huevos duros, de buen calibre (nunca son suficientes). Siempre con café turco, negro como el orto de Francis Drake. Le pongo algo de bromuro para aplacar la pujanza de mi mosquete, el que siempre va conmigo.
8.00 AM. Rápido vistazo a la prensa. Constato el lento pero inexorable declive de la nación, cuyos muros, si un tiempo fuertes, ya están desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Siento mucho dolor de España, para el cual no hay analgésico posible. En Flandes se ha puesto el sol. Fantaseo con lo que un puñado de hombres y yo podríamos hacer.
8.30 AM. Hora de despachar el correo. Por desgracia, las viejas mensajerías han sido reemplazadas por el frío y antipático correo electrónico. Reviso mi bandeja de entrada y respondo a los mensajes, no sin antes verter lacre sobre la superficie de mi laptop.
9.30 AM. Pesco al vuelo mi abrigo loden, me calzo los náuticos y salgo a la calle a tomarle el pulso a la vida nacional.
10.00 AM. Tras deambular por el centro, constato que vamos de mal en peor. Han desaparecido los majestuosos Café Levante y el Lion, y en su lugar proliferan como hongos unos establecimientos horrendos y clónicos donde algunos muchachos consumen_ caffè latte_ indiferentes al drama de la nación.
11.00 AM. Pequeño parón para tomar un almuerzo en la botillería más próxima.
12.00 AM. A casa a trabajar. Aparto los incunables de la mesa, los astrolabios y las maquetas de barcos con un poderoso gesto. Acaricio el catalejo de ballenero que me regaló Javier Marías. Me lleva mucho tiempo la documentación de mis obras, que siempre acometo rigurosamente: estudio taxidermia, hablo con reventadores de cajas fuertes, alterno con narcos… Si necesito saber cómo degollar a un tipo sin hacer ruido, siempre sé a quién dirigirme.
17.00 PM. Sesión en el salón de plenos de la Real Academia. Por fortuna, ocupo el muy robusto, marcial y vigoroso sillón “T” mayúscula. Es una buena letra, con la que arrancan palabras que me definen significativamente: Templanza, Tenacidad, Testosterona, Trinquete. Converso con ese tipo nuevo, Azúa, el de las pescaderías, AKA “H” mayúscula, un poco demasiado intelectual para mi gusto, muy esteta. Creo que voy a regalarle cosas de tíos: pistolas y cosas de ese estilo, a ver si lo enderezamos un poco.
18.30 PM. Levanto la voz, como otras veces, ante el cariz que toma la reunión. Últimamente estamos adulterando el idioma admitiendo como válidas demasiadas voces incultas de la calle: almóndiga, uebos, amigovio, toballa, apechusque, apartotel o papichulo. “¡Córcholis! –grito desencajado–, ¡pardiez!”. Estos descastados pretenden ahora incluir en el diccionario la palabra “follamigo”. Mi enmienda no es tanto de índole culta como sociológica: yo, que he batido entraña en Bosnia, sacudido el matambre en Angola y lustrado la manija en Sinaloa, saliendo a escape después, no termino de entender que un hombre se avenga a desempeñar ese papel mixto. No puedo tolerarlo. Hasta hemos admitido ‘este’ y ‘ese’ sin tilde. Gimferrer y Vargas Llosa intentan sujetarme tironeándome de las mangas, pero de un manotazo los aparto. Lamento que se haya perdido la tradición de llevar armas blancas para poder asestar mandobles. Decadencia en todas partes.
19.30 PM. Apenas sosegado, me dirijo a casa y me recluyo en la biblioteca, para leer, entre cartapacios, primeras ediciones y la colección completa de Tintín con lomo de tela, como debe ser. Pienso una vez más en cómo se ha degradado la sociedad, cómo se ha vuelto más cobarde, más superficial… Algunos hablan de la Casta y puertas giratorias, pero yo sé que todo empezó en el Concilio de Trento y empeoró con el Tratado de Utrecht.
21.00 PM. Ceno frugalmente, generalmente algún animal que haya matado personalmente, con mi ballesta.
22.00 PM. A la cama, no sin aprensión. Últimamente me asedian pesadillas en las que me persiguen tanques serbios.