Cupido revolotea con su carcaj incansable, hiriendo nuestro corazón con dardos llegados de su certero arco.
Así, enamorados, sucumbimos una y otra vez bajo el pestañeo de una bella dama, y entregamos hacienda y honra con el fin de que nos favorezca con una sonrisa.
Sin embargo, Eros, sabedor de la naturaleza humana, espera paciente detrás de la esquina.
Sabe que tarde o temprano pediremos participar en su festín, y acompañado de la siempre viva Lascivia, entraremos en sus livianos y disipados salones.
Cupido nos mirará entonces cariacontecido, señalándonos como inmorales y blasfemos. Y redoblará sus esfuerzos con sus flechas de ensueños.
Y al final, siempre al final, Tanatos terminará llevándose la mala cosecha. Así que si ha de ponernos Tanatos a la sombra de Hades, al menos, que nos pille follando.